Me gustaba tomar fotografias de aquellos días en los que la sensibilidad
viajaba desde la superficie de mi piel al fondo de mis sentidos con la
misma frecuencia de un latido cocaínico. Me gustaba y me divertía vivir y
capturar momentos, sentir como se perdían mis ilusiones sin rumbo fijo,
como mis emociones iban y venían sin más pretensión que llegar al final
de una como historia dentro de cada imagen para volver a empezar otra y así hasta el
infinito. Me equivoqué.
Fueron días duros, quizás demasiado duros, días en los que se mezclaba
el olor del café del desayuno con el ultimo martini seco de la noche, el
olor de mi perfume en mi cama con la suave sensación de un tiempo que ya
era pasado y que sabía que jamás volvería, días en los que mezclaba
tantos sentimientos que ya no sentía ninguno. Necesitaba descansar, o
eso creía y así lo hice.
No echo de menos esos tiempos en los que castigué con demasiada
frecuencia y facilidad mi cuerpo. No echo de menos ni los falsos amigos
ni las manos de hombres que buscando la curiosidad de mis palabras se
encontraron con la suavidad de mis besos en sus cuellos. Me gustan los
besos en los cuellos, me gusta respirar en ese punto en donde las orejas
esconden la sensualidad y la piel dibuja un escalofrío al susurro de
una palabra deletreada. La imagen perfecta.
Alberto fue el principio de un final, fue el epilogo de una novela que decaía desde hacía mucho
tiempo. Tenía muchos años menos de los que yo merecía y un cuerpo en
donde cualquier escultor disfrutaría haciendo un tratado de anatomía de
sus rincones. Como todos los caballeros que me secuestraron amor, tenia
los dos incisivos superiores centrales distintos. En el estaban
ligeramente inclinados hacia atrás, como escondiéndose detrás de un
telón que formaban los otros dos incisivos laterales. A veces los
repasaba con la punta de la lengua en una falsa pose de distracción.
Jugaba con unas gafas de sol ahora las ponía, ahora no. Nunca supe si
tenían o no graduación, y cuando se levantaba para ir a la ducha, yo
corría a ponérmelas para comprobar si realmente eran autenticas o solo
un atrezzo para enmarcar sus bellos ojos, y es que Alberto miraba desde
la atalaya de sus ojos aceitunados y helaba el desierto. Dejaba caer el
parpado superior y subía un poco el inferior. Más que mirar apuntaba la
presa. El día que decidió irse no fue capaz de callarse. Me despojo de
mis mas profundos secretos de los mas puros a los mas obscuros, de esos
que no te cuentas ni a ti, esas cosas te desnudan y te dejan vulnerable
ante ti mismo. Que sensacion mas rara de vacio. Te amo mucho pero no
estoy dispuesto a que me jodas la vida con tus putas fotografias amputadas
de ilusión. Quiero ser diferente a lo que soy contigo, no me quiero
morir a tu lado viendo crecer la hiedra de tu jardín mientras te
preguntas una y otra vez los días que te quedan para vivir. A veces hay
frases que se te quedan pegadas a la memoria y no hay manera humana de
que se desaparezcan. Vuelven y vuelven y vuelven. Parece que las olvidas
totalmente pero un ligero olor a hierba cortada te regresa a su perfil
mirando la chimenea envuelta en la manta de flores que me regalo mi
abuela. Naciste tarde para mí, le dije, tu no tienes edad, tienes un
insulto en forma de años. De entre todo Alberto simplemente se llevo una
libreta. Era un cuaderno en donde yo escribía todo lo que no me atrevía
a decirle. Yo pensaba que aquella libreta era mi secreto pero el creía
que le correspondía por ser el protagonista. Seguramente tenía razón,
tampoco importa mucho.
Ahora tengo que volver a congelar momentos porque me di cuenta que sin
estas imagenes yo ni siquiera soy yo, y aunque me he apartado
voluntariamente por no tener que darme explicaciones sobre mi
existencia, hoy reconozco que me equivoqué, que uno no se puede escapar
tan fácilmente de su vida sin que existan complicaciones, que no hay más
cobarde que aquel que se mutila el habla, que no hay mas tristeza que
la impuesta por la propia tristeza.
Hoy vuelvo, si ustedes me lo permiten, porque en el fondo lo echaba de
menos, y porque me tengo que sentir viva de alguna manera distinta y tal
vez solo para ver como crece la hiedra de mi jardín.