domingo, 13 de mayo de 2012

Hiedra en mi jardin


Me gustaba tomar fotografias de aquellos días en los que la sensibilidad viajaba desde la superficie de mi piel al fondo de mis sentidos con la misma frecuencia de un latido cocaínico. Me gustaba y me divertía vivir y capturar momentos, sentir como se perdían mis ilusiones sin rumbo fijo, como mis emociones iban y venían sin más pretensión que llegar al final de una como historia dentro de cada imagen para volver a empezar otra y así hasta el infinito. Me equivoqué.

Fueron días duros, quizás demasiado duros, días en los que se mezclaba el olor del café del desayuno con el ultimo martini seco de la noche, el olor de mi perfume en mi cama con la suave sensación de un tiempo que ya era pasado y que sabía que jamás volvería, días en los que mezclaba tantos sentimientos que ya no sentía ninguno. Necesitaba descansar, o eso creía y así lo hice.

No echo de menos esos tiempos en los que castigué con demasiada frecuencia y facilidad mi cuerpo. No echo de menos ni los falsos amigos ni las manos de hombres que buscando la curiosidad de mis palabras se encontraron con la suavidad de mis besos en sus cuellos. Me gustan los besos en los cuellos, me gusta respirar en ese punto en donde las orejas esconden la sensualidad y la piel dibuja un escalofrío al susurro de una palabra deletreada. La imagen perfecta. Alberto fue el principio de un final, fue el epilogo de una novela que decaía desde hacía mucho tiempo. Tenía muchos años menos de los que yo merecía y un  cuerpo en donde cualquier escultor disfrutaría haciendo un tratado de anatomía de sus rincones. Como todos los caballeros que me secuestraron amor, tenia los dos incisivos superiores centrales distintos. En el estaban ligeramente inclinados hacia atrás, como escondiéndose detrás de un telón que formaban los otros dos  incisivos laterales. A veces los repasaba con la punta de la lengua en una falsa pose de distracción. Jugaba con unas gafas de sol ahora las ponía, ahora no. Nunca supe si tenían o no graduación, y cuando se levantaba para ir a la ducha, yo corría a ponérmelas para comprobar si realmente eran autenticas o solo un atrezzo para enmarcar sus bellos ojos, y es que Alberto miraba desde la atalaya de sus ojos aceitunados y helaba el desierto. Dejaba caer el parpado superior y subía un poco el inferior. Más que mirar apuntaba la presa. El día que decidió irse no fue capaz de callarse.  Me despojo de mis mas profundos secretos de los mas puros a los mas obscuros, de esos que no te cuentas ni a ti, esas cosas te desnudan y te dejan vulnerable ante ti mismo. Que sensacion mas rara de vacio. Te amo mucho pero no estoy dispuesto a que me jodas la vida con tus putas fotografias amputadas de ilusión. Quiero ser diferente a lo que soy contigo,  no me quiero morir a tu lado viendo crecer la hiedra de tu jardín mientras te preguntas una y otra vez los días que te quedan para vivir. A veces hay frases que se te quedan pegadas a la memoria y no hay manera humana de que se desaparezcan. Vuelven y vuelven y vuelven. Parece que las olvidas totalmente pero un ligero olor a hierba cortada te regresa a su perfil mirando la chimenea envuelta en la manta de flores que me regalo mi abuela. Naciste tarde para mí, le dije, tu no tienes edad, tienes un insulto en forma de años. De entre todo Alberto simplemente se llevo una libreta. Era un cuaderno en donde yo escribía todo lo que no me atrevía a decirle. Yo pensaba que aquella libreta era mi secreto pero el creía que le correspondía por ser el protagonista. Seguramente tenía razón, tampoco importa mucho.





Ahora tengo que volver a congelar momentos porque me di cuenta que sin estas imagenes yo ni siquiera soy yo, y aunque me he apartado voluntariamente por no tener que darme explicaciones sobre mi existencia, hoy reconozco que me equivoqué, que uno no se puede escapar tan fácilmente de su vida sin que existan complicaciones, que no hay más cobarde que aquel que se mutila el habla, que no hay mas tristeza que la impuesta por la propia tristeza.

Hoy vuelvo, si ustedes me lo permiten, porque en el fondo lo echaba de menos, y porque me tengo que sentir viva de alguna manera distinta y tal vez solo para ver como crece la hiedra de mi jardín.